La primera vista que recibe el visitante del Valle del Cidacos es un paisaje teñido predominantemente de tonos rojizos, resultado de la presencia de arenisca y arcilla.
La fragilidad de estas formaciones rocosas ha impulsado a lo largo de la historia a que el ser humano excave numerosas cuevas, utilizándolas como refugio, lugares de veneración o como entorno para su vida cotidiana, dando origen a un impresionante fenómeno rupestre.
Las Cuevas de los Cien Pilares, que abarcan toda la extensión de la ladera sur del Cerro de San Miguel de Arnedo (La Rioja), constituyen el complejo de galerías y estancias más intrincado y asombroso de todo el Valle del Cidacos. Su origen se remonta a la Edad Media, cuando la inseguridad en los valles obligó a sus habitantes a buscar resguardo en la montaña o literalmente "bajo ella".
La conexión del ser humano con las cuevas ha estado arraigada en su vida espiritual desde tiempos remotos. El retiro a estos lugares con el propósito de aislarse del bullicio externo y dedicarse a la meditación, oración, veneración de antepasados o la elaboración de remedios naturales se evidencia a lo largo y ancho del valle, manifestándose en eremitorios, iglesias o ermitas rupestres.
En la época altomedieval, es muy probable que las Cuevas de los Cien Pilares albergaran el Monasterio de San Miguel. La existencia de un monasterio dedicado al arcángel en el siglo XI está documentada, ya que en 1063, el Señor de Arnedo, Sancho Fortunionis, lo legó en su testamento al Monasterio de San Prudencio en Monte Laturce.
Aunque no se encuentren restos de arquitectura medieval en el Cerro de San Miguel (excepto los de la ermita del mismo nombre en su cima, donde se descubrió una necrópolis de la misma época), es muy posible que las estancias y galerías hayan albergado ese monasterio al que hace referencia el Señor de Arnedo.
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha buscado refugio en las cuevas, una forma de vida que perduró en Arnedo hasta mediados del siglo XX, con alrededor de 200 casas-cueva habitadas hasta entonces, agrupadas en barrios, las cuales fueron abandonándose con el desarrollo económico y social de la ciudad.
Estas viviendas mantenían una temperatura constante alrededor de 15°C durante todo el año y tenían una estructura sencilla: un pasillo que conducía a la cocina, siempre con ventilación natural, las alcobas y la cuadra. Cada año, se llevaban a cabo labores de encalado para proporcionar limpieza, higiene, luminosidad y seguridad.
Hasta el surgimiento de la industria del calzado en la década de 1940, la economía arnedana se basaba principalmente en la agricultura, lo que llevó a la creación de diversos tipos de cuevas relacionadas con usos agrícolas y ganaderos, como corrales, colmenares, almacenes de leña, pajares, palomares, entre otros.
Entre las variadas funciones de carácter económico de estos espacios, destacan las bodegas, vinculadas a la significativa tradición de elaboración de vino en La Rioja y también en Arnedo. Además, se encuentran las cuevas relacionadas con el agua, como el túnel de conducción (posiblemente construido por el Conde de Nieva en el siglo XV) o los depósitos excavados en roca para la distribución del agua corriente a las viviendas.
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